Lee en ti Biblia en voz alta:
Marcos 12:41-44
Memoriza este versículo: Efesios:
4:28 ‘Aquel que ha estado robando, no debe robar más, sino que
trabajar, haciendo algo útil con sus propias manos, de manera que tenga
con qué compartir a aquellos que estén en necesidad’
Conversación posterior a la lectura:
¿Cuándo y porqué debiéramos dar ofrendas?.
Asignación previa al siguiente
encuentro: Pídele a Dios que te muestre dónde él quiere que
coloques tu siguiente ofrenda.
Medita cuidadosamente en cada palabra
del siguiente versículo: Deuteronomio: 15:7
Hasta aquí hemos considerado el diezmo, como aquel
monto de dinero que la Biblia nos indica que los creyentes deben rendirle
a Dios, monto que debe ser cuidadosamente estipulado hasta el último
centavo.
Sin embargo, y después de esto ¿qué?, ¿Será que
podemos cruzarnos de brazos? Pues bien, tanto el Antiguo como el Nuevo
Testamento hacen referencia a la necesidad de abrir nuestras manos con
generosidad.
De hecho, ¿no es cierto acaso que si dejamos el amor
de Dios fluir hacia fuera de nuestras vidas entonces no buscaremos
servirnos sino que siendo movidos por la compasión frente a la necesidad
serviremos a los demás?
Al devolverle a Dios nuestros diezmos sólo estamos
haciendo lo mínimo esperable, sin embargo la invitación es más amplia, es
a estar abiertos y dispuestos a dar aun extra (lo que se conoce como
ofrendas) medida que somos impulsados a compartir por el Espíritu Santo.
Por ejemplo, hemos analizado varias
referencias en el Antiguo Testamento que hacen referencia al diezmo pero
además de ellas encontramos otras exhortaciones que invitan al creyente a
no detenerse allí sino que a estar dispuestos a dar más allá del
diezmo. Por ejemplo,
Deuteronomio 15:7
dice, ‘Si hay alguien necesitado entre vuestros hermanos en cualquiera
de las ciudades de la tierra que el Señor tu Dios te da, no endurezcas
tu corazón o cierres tu puño en contra de tu hermano pobre. Sino por
el contrario, abre tu mano y dale libremente lo que necesite.’
Aparentemente, dada la vasta necesidad del
mundo, Dios no ha estipulado una suma específica que debamos dar como
ofrenda sino que él más bien espera que estemos dispuestos y disponibles
para dar cuando surja una necesidad y sintamos que sea nuestra
responsabilidad atender a la misma.
Esta misma exhortación a la generosidad y
apertura en asuntos de finanzas existe en muchos pasajes del Nuevo
Testamento. La Biblia no provee reglas en cuanto a dónde dar sino que
simplemente nos aconseja que demos cuando lo creamos apropiado.
Efesios
4:28 ‘El que robaba, no robe más, sino que trabaje haciendo con
sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece
necesidad’
1 Timoteo 6:18 ‘Mándales
a que hagan el bien, que sean ricos en buenas obras, y generosos y
dadivosos’.
Romanos 12:13 ‘Compartiendo
para las necesidades del pueblo de Dios. Que practiquen la hospitalidad.’
Hebreos 13:16 ‘ Y no os
olvidéis de hacer el bien y de compartir con otros, porque Dios se
agrada de tales sacrificios’.
Siendo que Dios ha llamado a su pueblo de todas las
naciones, de todos los trasfondos culturales y económicos y en todas las
épocas históricas a dar ofrendas a diferentes personas y proyectos es
evidente que no existen reglas estrictas en cuanto a la práctica de dar
ofrendas por encima de la devolución del diezmo.
Tal vez la única regla sea que tengamos un espíritu
generoso y dispuesto a ser usado por Dios en esta área. Si devolvemos
nuestras ofrendas y no damos ni un centavo más, entonces seremos un día
hallados faltos por haber cumplido mínimamente con el requerimiento
divino.
A medida que demos nuestras ofrendas con un espíritu
gozoso, habremos de entrar y experimentar la completitud de lo mejor de
Dios en nuestras vidas, y nos convertiremos en un canal de bendiciones
para quienes nos rodeen.
Esta necesidad de tener un espíritu dispuesto,
generoso y gozoso al compartir nuestras ofrendas, es la condiciones que
subyace en el texto 2 Corintios: 9:6 ‘Recordad que: quien siembre
escasamente, escasamente segará, y quien siembre generosamente también
generosamente habrá de cosechar. Cada persona deberá dar lo que se ha
propuesto en su corazón de manera libre y no bajo compulsión o de manera
forzada porque Dios ama al dador alegre.
Pareciera como que a medida que vamos madurando en
nuestra capacidad de dar generosamente, dejaremos de hacerlo ya sea de
manera obligada o vacilante y nos sentiremos felices al ofrendar para
promover el trabajo de Dios. Detenerse en el diezmo, o dar algunas pocas
monedas de ofrenda son una señal clara de que estamos quedándonos cortos
en esta área.
Concluyendo pues, y respondiendo a la cuestión
inicial con respecto a cuánto se debe ofrendar, la Biblia se inclina a
mostrarnos el diezmo como lo mínimo que debiéramos entregar, y a expresar
que por encima del diezmo debiéramos dar ofrendas.
La Biblia no provee indicaciones estrictas en cuanto
al monto de nuestras ofrendas pero a medida que crezcamos en esta área,
nos sentiremos felices y deseosos de dar más y más.
Más aun, a medida que maduremos empezaremos a buscar
oportunidades que nos permitan expresar nuestra creciente generosidad
siendo que la dadivosidad habrá de traernos gozo y convertirse en el deseo
del corazón.
Cuanto mayores y más frecuentes nuestras
ofrendas sean, no sólo estaremos bendiciendo más a otros sino que nosotros
seremos los más bendecidos, quiera Dios mostrarnos gente y proyectos a los
cuales apoyar con nuestras ofrendas.
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