Todos los seres humanos tenemos necesidades muy
parecidas. Estamos hechos de la misma masa de barro, a pesar de que tenemos
grandes diferencias de carácter, cultura, etc. Sin embargo, dentro de la
singularidad de cada uno y la diversidad que nos separa, existen patrones
comunes, vías principales por donde todos necesitamos pasar. Una de ellas es
la esperanza.
Todos abrigamos esperanzas de un tipo u otro.
Todos estamos necesitados de tenerlas de forma instintiva, como si de oxigeno
para el alma se tratara. Cuando decimos que hemos perdido la esperanza estamos
hablando de la desesperación que invade uno de los ejes principales de la
actividad anímica. En esos momentos atravesamos grandes dificultades para
sostener nuestra existencia. Perdemos las certidumbres que siempre nos han
acompañado y una gran oscuridad penetra el núcleo de nuestro ser interior.
La vida cristiana está cargada de esperanza.
Jesús ha llenado este mundo de una esperanza viva al haber resucitado de los
muertos. El caos, la oscuridad y la muerte se han doblegado ante el impacto
revolucionario que supuso la victoria de Jesús sobre todos los poderes de las
tinieblas y sacar a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio; por tanto,
ha inaugurado una nueva Historia de Luz y esperanza para toda la creación.
Sin embargo, aún después de ese evento sin
precedentes, el hombre, incluido el creyente, experimenta ocasiones donde la
esperanza parece desvanecerse y difuminarse ante el derrumbe de las
expectativas que un día fueron muy reales. Me refiero, no a la certeza de la
vida eterna, en primer lugar; si no a todos esos sueños que hemos abrigado en
lo hondo de nuestro corazón y que no hemos visto cumplidos hasta el momento
presente. Pienso en esos anhelos y deseos fervientes y honestos que sabemos
que están en conformidad con la voluntad revelada de Dios en su palabra, pero
que todavía no llegan a materializarse en el tiempo que, en parte, hemos
imaginado. Poco a poco notamos como se desvanece la esperanza y nos queda un
vacío estrangulador que atormenta el alma y paraliza el buen ánimo.
El sabio Salomón resume magistralmente este
sentir cuando dice: "La esperanza que se demora es tormento del
corazón; pero árbol de vida es el deseo cumplido". Necesitamos la
dirección del Espíritu Santo para saber en cada momento cuando es el tiempo
de esperar y cuando hemos pasado a ser atormentados por la espera. Aún nos
queda la oración: "Ahora, Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza
está en ti".
En medio de estos tiempos turbulentos que
vivimos os queremos hacer llegar, desde la Fundación DCI y del Diario
Misionero nuestro sincero deseo de una esperanza viva y de gloria en Cristo
Jesús al inicio de un nuevo año.
Vuestro en Cristo
VIRGILIO ZABALLOS.
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