Recuerdo
la desazón de mi alma infantil cuando en mi casa se producían discusiones entre mis padres, o mi madre
enfermaba de un mal enigmático que la dejaba exhausta y como en la antesala de
la muerte. La ansiedad y preocupación que atormentaban mi alma tierna y
sensible contrastaba con la actitud despreocupada e incolora de mi hermano
Francis. No podía comprender ese contraste en la forma de afrontar una misma
situación tan penosa para mi y tan indolente para él. No cabe duda que los
seres humanos enfrentamos las mismas circunstancias adversas con un grado
distinto de ansiedad y preocupación.
Las
formas de vida y exigencias que impone el ritmo de vida en el hombre actual,
con los desafíos de inseguridad e incertidumbre en cotas altísimas está
generando una sociedad enferma de ansiedad, que para liberarse de ella recurre
a fármacos, terapias alternativas (yoga, meditación trascendental, acupuntura, etc.)
y un sinfín de entretenimientos para ocultar la realidad penosa de no ver un
horizonte claro. El futuro es incierto, el presente opresivo, nos queda la
nostalgia del pasado, que como diría el poeta Jorge Manrique, “a nuestro
parecer, cualquier tiempo pasado fue mejor”.
Jesús
dijo que estos tiempos de ansiedad extrema llegarían a la
sociedad que precede
a su segunda venida. Una sociedad confundida y desfalleciendo por el
temor y la
incertidumbre de una vida sin soportes sólidos para aguantar la
presión
ambiental de un mundo a la deriva. Sin embargo, dijo también a
sus discípulos que cuando esas cosas comiencen a suceder,
“erguíos, cobrad ánimo, y levantad vuestra cabeza,
porque vuestra redención
está cerca”. (Lucas, 21:25-28)
También
dijo: “No os afanéis por vuestra vida, alimento y vestido, vuestro Padre
celestial sabe y provee a vuestras necesidades. No os afanéis por el día de
mañana, porque el día de mañana se cuidará de si mismo. Bástele a cada día sus
propios problemas” (Mateo, 6:25-34).
El
apóstol Pablo nos enseña que no estemos afanosos por nada, sino que presentemos
nuestras peticiones ante Dios, y el afán y la ansiedad darán lugar a la paz de
Dios que sobrepasa todo entendimiento y guardará nuestros corazones y
pensamientos en Cristo Jesús. (Filipenses, 4:6,7) Y el apóstol Pedro nos dice
que echemos toda nuestra ansiedad sobre el Señor porque el cuida de nosotros (1
Pedro, 5:7).
La
confianza en Dios trae paz al alma y ésta afloja la tensión que nos atormenta y
que en muchos casos es la causante de ciertas enfermedades físicas y mentales.
En este caso es la oración al Dios vivo, sobre la base de Sus promesas, la que
nos libera de la ansiedad y trae respuesta a la aflicción del alma y no los
inventos orientales o la música New Age (Nueva Era). El pecado no se evapora
por la música por muy relajante que ésta sea, es la sangre de Jesús en la cruz
del Calvario la que ha provisto la reconciliación con Dios y justificados por
la fe, tenemos paz para con Dios mediante Jesucristo.
Si
vives bajo el yugo y la tiranía de la ansiedad y la preocupación ven a Jesús
como un enfermo al médico, sin engaños, con honestidad y él te dará descanso,
paz con Dios, una conciencia libre de pecado y un renacimiento para tu
espíritu. Jesús y su obra redentora es la provisión de Dios para nuestra
generación, tal vez la que precede a su segunda y definitiva venida.
El punto de vista sobre este tema tiene su base en los
principios del Reino de Dios, sobre el fundamento de las Sagradas Escrituras,
tal y como lo entiende el autor,
haciéndose responsable único de aquellos
aspectos en los cuales haya otras interpretaciones; y va dirigido en primer
lugar a todos aquellos creyentes, nacidos de nuevo, y que forman
parte del Cuerpo de Cristo.
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Virgilio Zaballos
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