Primera
parte
Ahora que ya tienes
sintetizado el tema en un bosquejo que te servirá de guía al exponerlo a los
hermanos, dedica tiempo a memorizarlo, meditarlo, vivirlo y visualizar en
tiempos de oración el momento cuando vas a predicarlo. De esta forma el
bosquejo pasará a tu corazón de una forma viva, se hará parte de ti y
podrás entrar en la plena dependencia del Espíritu de Dios para fluir con
libertad dentro de los márgenes que se han establecido y no divagarás o te
dispersarás en otros temas que no son para esa predicación.
Es una combinación de orden
y disciplina mental con un espíritu abierto para seguir los impulsos que
pueden darse en el momento puntual de la predicación. Una de las
indisciplinas clásicas es la de dispersarse con pensamientos y palabras que
no vienen al caso, y alejarse de la verdad central que queremos exponer y
fijar en los corazones de los hermanos. En este caso el bosquejo será una
herramienta muy útil.
Sondea bien tu propio
corazón para no caer en los engaños de la vanidad, la arrogancia, la
prepotencia o en un concepto mas elevado de ti mismo que conduce a querer
impresionar a la congregación. No te extralimites. Predica la Palabra.
Hazlo desde la unión con Cristo, en plena dependencia de él y la
suministración de Su Espíritu. Mírate a ti mismo siempre en lo que afirmas,
examina si hablas de teoría ajena a tu experiencia o por el contrario forma
parte de tu vida. Sé honesto contigo mismo y con los demás.
En lo que sea posible no leas
demasiados textos en la predicación, eso interrumpe el ritmo y enfría la
atmósfera. Lee los textos clave y los demás cítalos de memoria. Sin embargo
cuando estamos en una clase de enseñanza bíblica el ritmo es mas tranquilo y
se pueden leer mas textos sin que ello perjudique la concentración. En una
predicación es diferente, la velocidad es mas rápida y no podemos detenernos
a leer continuamente.
La atmósfera y el clima
espiritual de la congregación ejerce una influencia notoria en ocasiones a la
hora de fluir con mas o menos libertad y ensanchamiento de espíritu. El
predicador sensible notará rápidamente el nivel de libertad en el ambiente o
la frialdad, la pasividad e indiferencia de las personas que escuchan el
mensaje. La responsabilidad del predicador es buscar su propia libertad y
anchura de espíritu, quitar los estorbos del corazón y las emociones
manipuladoras del estado de ánimo para llegar en buenas condiciones al
momento culminante de la predicación.
Si sabe y puede elevar la
temperatura espiritual y de expectativa de la grey podrá exponer la verdad
predicada con mayor eficacia y llegará mas hondo en buscar la atención de
sus oyentes. No manipulando las emociones desde la hechicería, sino desde el
fluir de la unción de Dios para liberar la verdad que liberta a los
creyentes.
Cuando has acabado de
predicar guarda tu corazón del engreimiento por la adulación de los hermanos
y también del sentimiento de fracaso y frustración que puede invadirte.
Pueden surgir sentimientos de culpabilidad por haber dicho algo que sabes que
molestará a algunos hermanos, examina bajo la luz de tu comunión con Dios la
verdad o la mentira de esos sentimientos y actúa en consecuencia.
Mantente en el equilibrio de
las Escrituras. Pablo dijo: “Yo planté, Apolos regó: pero el crecimiento
lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino
Dios, que da el crecimiento” (1 Corintios, 3).
Quédate en las manos de
Dios, entrégalo todo a Él y no pienses demasiado en los resultados, el
crecimiento lo da Dios.
El punto de vista sobre este tema tiene su base en los
principios del Reino de Dios, sobre el fundamento de las Sagradas Escrituras,
tal y como lo entiende el autor,
haciéndose responsable único de aquellos
aspectos en los cuales haya otras interpretaciones; y va dirigido en primer
lugar a todos aquellos creyentes, nacidos de nuevo, y que forman
parte del Cuerpo de Cristo.
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Virgilio Zaballos
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