La cultura secular materialista de
nuestros días está cargada del antiguo culto al cuerpo, la esclavitud de la
imagen física, y no faltan inventos y artilugios para saciar semejante hastío.
Ahora se ha puesto de moda tatuarse el cuerpo y acribillarlo con perforaciones
para instalar una serie de alambres, pinchos y pendientes en cualquier parte del
organismo.
Muchos de estos artilugios vienen
impuestos por diseñadores impíos, homosexuales en muchos casos, cargados
de rebeldía y fantasía erótica que vierten sobre nuestra juventud pasiva y
conformista, adaptada al sistema que nos rodea.
No hay que investigar mucho para darse
cuenta que esta proliferación de tatuajes y piercings tiene una base pagana, de
viejos cultos a espíritus territoriales. Los egipcios se tatuaban hace tres mil
años; en la cultura azteca era una expresión de sacrificio a los dioses y todos
hemos visto alguna vez documentales sobre tribus que ensanchan el labio inferior
con aros inmensos o las orejas estiradas de forma extrema.
Está escrito: “No os conforméis al esquema de este siglo, sino transformaos
mediante la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cual sea la
voluntad de Dios”. “Que concordancia tiene el templo de Dios y los ídolos”.
Y el profeta Jeremías dijo: “No te conviertas tu a ellos, sino que ellos se conviertan a ti”.
Sin embargo tenemos hoy en muchas
iglesias a muchos jóvenes hechizados, idiotizados y viciados por la fantasía de
estos adornos que identifican un estilo de vida lejos de los principios del
Reino de Dios. Incluso oímos a pastores que para, supuestamente, no caer en el
legalismo de las formas de vestir, enseñan que lo importante es el interior, lo
espiritual, haciendo del evangelio una doctrina gnóstica separando lo espiritual
de lo material, como si se pudiera dividir nuestra vida en compartimentos
diversos.
El apóstol Pablo nos enseña que:
“Todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo sea guardado irreprensible para la
venida de nuestro Señor Jesucristo”. Y también:
“Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro
cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios... ¿O ignoráis que vuestro
cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de
Dios, y que no sois vuestros?” (1 Corintios, 6).
Hemos sido creados por Dios a su
semejanza; el Creador nos ha dado unas características propias a cada uno que
debemos aceptar con gozo, sin pretender ser lo que no somos, ni aparentar lo que
no tenemos. Cuando nos aceptamos a nosotros mismos tal como somos hemos puesto
una base sólida para la liberación de complejos y ataduras de la imagen. El
salmista David hizo un canto sublime de esta realidad:
“Porque tu formaste mis entrañas; Tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te
alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi
alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui
formado, y entretejido en lo mas profundo de la tierra” (Salmo, 139).
No te dejes engañar por las corrientes
mundanas que te imponen un estilo de vida y formas de vestir concretas para ser
aceptado, Dios te ha amado tal como eres, te ha salvado, te está transformando a
la semejanza de su Hijo y llena tu corazón de sabiduría para no ser atrapado por
las artimañas de la falsamente llamada ciencia o modas pasajeras.
Sobre los tatuajes y los piercings está
escrito en Levítico 19:28 “No haréis sajaduras en
vuestro cuerpo por un muerto, ni os haréis tatuajes; yo soy el Señor”
(versión de las Américas).
Lo que aprendí del apóstol Pablo te
dejo: “Considera lo que digo, y el Señor te dará entendimiento en todo...
No seas necio, sino sabio... Glorifica a Dios en tu cuerpo y en tu espíritu, los
cuales son de Dios”.
El punto de vista sobre este tema tiene su base en los
principios del Reino de Dios, sobre el fundamento de las Sagradas Escrituras,
tal y como lo entiende el autor,
haciéndose responsable único de aquellos
aspectos en los cuales haya otras interpretaciones; y va dirigido en primer
lugar a todos aquellos creyentes, nacidos de nuevo, y que forman
parte del Cuerpo de Cristo.
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