El antisemitismo es odio a los judíos. Un odio que
como tal ha producido destrucción y muerte a lo largo de los siglos con una
machacona insistencia hacia la descendencia de Abraham, los hijos de la
promesa.
El carácter demoníaco del antisemitismo se muestra
con total nitidez en el hecho de contradecir la Palabra de Dios dada a Abraham:
“Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y
engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y
a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familia de
la tierra”
Génesis 12
Lo que Dios ha bendecido el hombre, bajo la
influencia de las huestes espirituales de maldad, maldice. Al que Dios aprueba
y escoge para canalizar Su bendición a todas las familias de la tierra el
diablo, a través del pensamiento antisemita, destruye para abortar los beneficios
de Dios a la Humanidad.
Hay diversas manifestaciones de antisemitismo pero yo
me voy a centrar en el mas incomprensible e ingrato de todos ellos, el
eclesiástico. La iglesia cristiana en general hemos pecado gravisimamente a lo
largo de la Historia por nuestra teología y doctrinas antisemitas que han
producido dolor, injusticia y muerte hacia el pueblo judío.
Los argumentos teológicos que se han usado han sido
básicamente tres: Los judíos mataron a Jesús; dijeron que su sangre cayera
sobre ellos y sus hijos, por consiguiente la persecución que sufren es el
resultado de esa proclamación y la llamada teología del reemplazo, es decir,
que lo que llamamos iglesia ha substituido a
Israel como pueblo de Dios.
Los tres argumentos son falsos, por tanto, como no
podía ser de otra manera, el padre de la mentira ha basado sus maquinaciones
contra la simiente de Abraham en el engaño.
En primer lugar a Jesús le llevó a la cruz y la
muerte los pecados de todos nosotros, era necesario un substituto, el justo por
los injustos para llevarnos a Dios. Decir que los judíos mataron a Jesús
demuestra una ignorancia perversa del plan redentor de Dios.
En segundo lugar, Jesús dijo en la cruz: “Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Por tanto, Jesús mismo perdonó a
aquellos que dijeron “su sangre caiga sobre nosotros y nuestros hijos”.
En tercer lugar, Dios no ha desechado a su pueblo, ni
ha sido substituido por otro. Pablo lo deja claro en su carta a los romanos
cuando aborda este espinoso tema:
“Digo, pues: ¿Ha desechado Dios a su
pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la descendencia
de Abraham, de la tribu de Benjamín.No ha desechado Dios a su
pueblo, al cual desde antes conoció”... Romanos 11
Mas bien los gentiles hemos
sido injertados en Israel, el olivo verdadero, compuesto ahora, en Cristo, de
todos aquellos judíos y gentiles que han nacido de nuevo y forman la
congregación, los llamados fuera, el pueblo de Dios. Generalmente lo que hoy
llamamos iglesia es en buena parte una institución religiosa dominada por el
clero (lo mismo me da católico, protestante, que evangélico), que se ha
enseñoreado de la grey de Dios y vive alejada de la revelación que Dios le dio
a Pablo, el misterio del que habla ampliamente en la carta a los Efesios. La
iglesia no ha reemplazado a Israel como pueblo de Dios, sino que de ambos
pueblos hizo uno, haciendo la paz, mediante la sangre de su cruz.
La falsa teología nos conduce a
pensamientos erróneos y éstos a las acciones incorrectas y pecaminosas. Un
creyente nacido de nuevo no puede ser nunca antisemita porque sería “echar
piedras sobre nuestro propio tejado”. Nuestra fe arranca en Abraham, el padre
de la fe, y se perfecciona en Cristo, la simiente que había de venir. Nuestra
fe está edificada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo
Cristo Jesús la piedra angular. Todos ellos fueron judíos. La salvación viene
de los judíos, y nosotros gentiles debemos estar agradecidos a Dios porque
hemos sido hechos participantes de la rica savia del olivo. Hemos sido hechos
conciudadanos (ciudadanos juntamente con) de los santos y miembros de la
familia de Dios.
Cuando estábamos sin Cristo
vivíamos
“Alejados
de la ciudadanía de Israel y ajenos a los
pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo.Pero
ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais
lejos, habéis sido
hechos cercanos por la sangre de Cristo.Porque él es nuestra
paz,
que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de
separación,aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los
mandamientos
expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un
solo y nuevo
hombre, haciendo la paz,y mediante la cruz reconciliar con Dios a
ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades.Y vino y
anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos,
y a los que
estaban cerca;porque por medio de él los unos y los otros
tenemos
entrada por un mismo Espíritu al Padre.
Así que ya no sois
extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la
familia de Dios,edificados sobre el fundamento de los apóstoles y
profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo,en
quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo
en el Señor;en quien vosotros también sois juntamente edificados
para morada de Dios en el Espíritu”
Efesios 2
Por tanto, si hemos
mantenido doctrinas antisemitas o las hemos enseñado a otros, debemos
arrepentirnos de nuestro pecado y orar a Dios
por la paz de Jerusalén y por aquellos judíos que aún no han reconocido
a Jesús como el Mesías, en muchos casos por el tropiezo del cristianismo, para
que en su restauración y admisión haya vida de entre los muertos, osea,
avivamientos.
El punto de vista sobre este tema tiene su base en los
principios del Reino de Dios, sobre el fundamento de las Sagradas Escrituras,
tal y como lo entiende el autor,
haciéndose responsable único de aquellos
aspectos en los cuales haya otras interpretaciones; y va dirigido en primer
lugar a todos aquellos creyentes, nacidos de nuevo, y que forman
parte del Cuerpo de Cristo.
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