Me doy cuenta que muchas de las
intervenciones divinas en las Escrituras son "in extremis". Dios nos
lleva en ocasiones hasta el último momento de nuestra resistencia, cuando
parece que ya hemos sobrepasado los límites de firmeza para encontrarnos con
la provisión de Dios. Parece que el ser humano está mas predispuesto para
clamar y buscar ayuda del cielo cuando ha agotado todos sus recursos y
posibilidades. Este principio se repite una y otra vez.
Lo vemos cuando Abrahám
fue a sacrificar a su hijo Isaac en el monte Moriah. David lo
experimentó en Siclag, cuando los amalecitas habian robado todo su campamento
y secuestraron a sus familias. La prueba de Job le llevó hasta
límites de difícil superación. El apóstol Pedro fue librado de la
cárcel la noche antes de su segura ejecución por Herodes. Lázaro fue
rescatado de la muerte cuando ya parecía que todo estaba decidido; cuatro
días después llegó la intervención divina. Jesús mismo superó de
forma sobrenatural el tiempo de su posible aniquilación por las tinieblas
resucitando de entre los muertos cuando parecía que su esperanza y el
cumplimiento de las promesas de Dios no tendrían cumplimiento.
Por su parte el apóstol Pablo
vivió varias veces la experiencia de perder la esperanza de conservar la
vida. Una vez en Efeso, escribió mas tarde en su segunda carta a los
corintios, "fuimos abrumados sobremanera mas allá de nuestras fuerzas,
de tal modo que aún perdimos la esperanza de conservar la vida. Pero tuvimos
en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros
mismos, sino en Dios que resucita a los muertos". Y otra vez en su viaje
a Roma experimentó una tempestad tan grande que él mismo dijo: "Y no
apareciendo ni sol (figura de Jesús), ni estrellas (figura de líderes
espirituales o compañerismo ministerial) por muchos días, y acosados por una
tempestad no pequeña, ya habíamos perdido toda esperanza de
salvarnos..."
Todos los que queremos vivir
piadosamente en Cristo Jesús, siguiendo la estela del discipulado,
experimentamos tempestades similares y tiempos cuando nos parece que nuestra
esperanza ha perecido o está a punto de hacerlo. Esos tiempos son momentos
cuando perdemos el rumbo y el sentido de dirección. El sentido de nuestra
vida nos abandona, nos sentimos desorientados y el alma zozobra en esas aguas
turbulentas que sacuden los cimientos de nuestra fe. Es la sensación de
pérdida de la expectativa con que se inicia una carrera. En medio de esa
oscuridad los sueños se apagan, las metas desaparecen y los objetivos
marcados se diluyen en el ocaso para dar lugar al vacío... Los místicos de
antaño lo llamaron la noche oscura del alma; y el salmista en su canto
sublime de la oveja ante su pastor le denominó el valle de sombra de muerte.
Pues bien, en estos tiempos de
máximo desamparo y de total debilidad es cuando aparece la intervención
divina "in extremis". El por qué Dios nos permite llegar hasta esos
extremos de total fragilidad lo ignoro, aunque siempre puede haber argumentos
"solventes" al respecto, pero yo prefiero no lanzar proclamas
especulativas y estereotipadas a favor de una interpretación simplista. Esos
tiempos se constituyen en los baluartes del cambio. Siempre hay cambios cuando
alcanzamos y superamos los momentos de máxima tensión y prueba.
Las Escrituras se levantan en
nuestro socorro para darnos consolación, paciencia y esperanza hasta alcanzar
el tiempo de bonanza y sosiego. "Porque las cosas que se escribieron
antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y
la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza". (Romanos, 15:4).
La promesa es que no seremos tentados mas allá de nuestras fuerzas, sino que
juntamente con la prueba se nos dará la salida para poder soportar. Sin
embargo, en muchas ocasiones nosotros llegamos antes a la conclusión de que
ya no podemos mas y que pronto haremos agua por todas partes.
Dios confía mas en nuestra
capacidad para soportar la prueba, que nosotros mismos. Nuestra tendencia
innata es claudicar, quejarnos y abandonar; pero en esos momentos es cuando se
levanta nuestro hombre interior, si está debidamente edificado y fortalecido,
para liderar la lucha y mantener la fe en el Dios vivo antes de soltar el
ancla y perecer.
Dios se cuida del ánimo de los
suyos y levanta una palabra viviente para rescatarnos de la persecución, la
muerte, el ostracismo, la desesperación y llevarnos a tierra firme para
comenzar una nueva fase de nuestra vida. Una y otra vez oigo en mi corazón el
estímulo del Espíritu Santo diciéndome: "ANIMO. No temas, porque yo
estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te
ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia". Así que
me uno con Pablo para proclamar que "tuve en mi mismo sentencia de
muerte, para que no confiase en mi mismo, sino en Dios que resucita a los
muertos". Esta esperanza de la resurrección, en sus múltiples facetas,
es la realidad más elevada del hijo de Dios.
Vuestro en Cristo
VIRGILIO
ZABALLOS
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